Luang Prabang es un destino que cautiva a los viajeros con su encanto histórico, belleza natural y serenidad espiritual. Situada a orillas del río Mekong y rodeada de exuberantes montañas, esta antigua capital real ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y no es difícil entender por qué.

Luang Prabang tiene una historia que se remonta a varios siglos y sirvió como capital del Reino de Laos durante gran parte del siglo XVI hasta el siglo XIX. Su arquitectura colonial francesa y sus templos budistas bien conservados revelan la fusión única de influencias culturales que han dejado su huella a lo largo de los años.

Subimos al monte Pushi, donde descubres que hay que pagar después de subir los primeros 150 escalones! Pero merece la pena porque las vistas de toda la ciudad son espléndidas. Se veía clarito también el aeropuerto. Antes de subir, en la calle, habían señoras que vendían pajaritos en cestas de mimbre, para que cuando se llega a lo alto, se liberen. También había un gong en una casita, que de vez en cuando toca una señora que también vende cosas en un chiringuito.

Al otro lado de la casita del gong hay unas escaleras que bajan hacia la “huella del budha“, y un cañón ruso que los niños usan como tiovivo


Una familia francesa estaba subiendo y aprovechamos para preguntarles si había salida y saber qué se veía. Dijeron que el lugar no les había entusiasmado demasiado. Pero nosotros al bajar descubrimos 7 budhas: uno sentado, otro de pie, otro acostado enorme…correspondían a los 7 días de la semana. A nosotros si nos gustó (tal vez porque íbamos cuesta abajo! Son casi 300 escalones)

Cerquita había también una pequeña cueva donde seguramente vivió un monje porque estaba representado en una escultura. Aquel lugar transmitía una extraña sensación, oscuro, estrecho, con el techo bajo y la escultura del monje sentado.

Siguiendo por otro caminito oímos a una chica que le decia a un grupo: “miren ésta es la huella del budha“: era una piedra con forma de pie pintado de dorado. Nosotros proseguimos contentos, pero después resulta que estaba en un cuartito decorado y lleno de incienso, flores… era un hueco en el suelo, enorme, con forma de huella… Eso si, había que echarle un poco de imaginación ;). Allí nos encontramos con un monje hablando en japonés, nos dimos cuenta que bastantes monjes hablan japonés, y continuamos nuestro camino saliendo del parque. Allí otro guía que se había adelantado a su grupo también se nos acercó, preguntándonos de dónde éramos,…todos qiueren hablar y sonríen.

Las escaleras de salida daban a un Wat, que estaba lleno de perros que dormían la siesta y de monjes que arreglaban el jardín, muy tímidos y que parecía que se escondían entre los matorrales. Lo más sorprendente fue girar por una calle y dar a otra principal, llena de tuk.tuk, ruido y confusión.

Luang Prabang resultó ser así, calles envueltas en el jaleo y otras que te regalaban curiosidades y momentos tranquilos, como por ejemplo un Wat situado detrás de nuestro albergue y cerca de la escuela de música.

Tenía una especie de escuela de manualidades donde trabajaban la madera y una sala de exposición. Lo malo es que ese día estaba cerrado. Aquí el monje también nos habló un poquito y nos dejó visitar el templo. Se puso muy contento cuando le dijimos que participaríamos a la ceremonia de la caridad al día siguiente. Nos despedimos y seguimos nuestro paseo por el mercado.

A los monjes les gusta mucho practicar el inglés, porque lo estudian en la universidad, así que es fácil entablar conversación con ellos o que te pregunten cosas.

La mayoría de los puestos están regentados por mujeres y por niños. La verdad que regatear con un niño resulta extraño. El sistema es siempre igual, te escriben un precio en la calculadora, después le pides un descuento y así hasta llegar a un acuerdo.

Y para acabar este día, fuimos a cenar. Después…a dormir!

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