Nos despetamos tempranísimo, más o menos a las 5.45 porque queríamos ver la petición de la caridad que cada día realizan los monjes.

Una vez en la calle, todavía oscura y desierta, una señora con las típicas cestas se nos acercó y nos propuso una bandeja con arroz y plátanos, nos dio unas alfombras y nos dijo que esperásemos. Después se marchó pero al rato volvió con todo su chiringuito. ¡Qué sensación, mezcla de nervios, emoción y el no saber qué iba a pasar!

Al ratito vimos que la señora que vivía enfrente de donde estábamos saludó a su vecina y aparecieron las dos con sus alfombras y una cesta de arroz y se pusieron a nuestro lado. Otra vecina también se acercó al ver llegar la fila de monjes. Arrodillados, íbamos poniendo una bolita de arroz a uno, un plátano a otro…el ritmo era rápido. Ellos se colocaban delante de nosotros, muy cerca, con sus cestas abiertas, pero no esperaban, pasaban rápido. Nosotros estábamos emocionados! Nos quedaba un plátano y un poco de arroz así que seguimos allí arrodillados. Una de las señoras se marchó pero salió de nuevo de su casa cuando vio llegar al segundo grupo de monjes, algunos eran niñitos. Nosotros termniamos nuestras ofrendas y la señora vino a recoger las alfombras rápidamente, no sin antes intentar vendernos otro poquito de comida.

Se acercaba el tercer grupo de monjes y vimos a nuestro amigo monje, que nos saludó contento. Es raro porque es una ceremonia en la que te aceptan como a uno más de ellos, aunque se vea interrumpida por los flash de los turistas.

Aprovechamos para ir a comprarnos dos bollitos en la panadería sueca y pasear mientras veíamos como la gente ofrecía también chocolatinas…¡tal vez más apetecibles!

Ya habían instalado un mercado de día lleno de sorpresas: Pescaditos que aún se movían, frutas extrañas como una que era rosa con una piel dura y con piquitos, y arroz, mucho arroz.

Después de nuestro sugestivo paseo matutino, volvimos a la habitación para ducharnos pero al rato volvimos a salir. El plan era ir a la estación de guaguas para comprar los billetes. El tuk-tuk costaba 20000 ir y 20000 volver, mientras que por alquilar una bici todo el día nos pedían 20000 por persona. Nos metimos por detrás nuestro hotel y en una guest house alquilamos las bicis. Sólo te piden un documento y les dejé mi DNI.

Es siempre agradable ir en bici y en esta ciudad no fue menos. Fuimos a “zonzolo” (como dice Daniele), mezclándonos con la gente y perdiéndonos por las calles. Atravesamos un Wat enorme con el primer monje que hablaba francés. Nos contó algunas cosillas, como por ejemplo que vuelve a su casa una vez al año, no más porque es caro; que él también tenía teléfono pero que sólo manda sms porque también es caro; que también paga el billete del autobús o del tuk-tuk… él lo que quería saber es como se decía “vous semblez fatigué” (tal vez tenía que hacer una tarea de la escuela?)

Nos perdimos un poco pero conseguimos llegar a la estación de Luang Prabang

El último trozo de carretera era más feo, muchos coches, camiones y humo.

Pero cumplimos nuestro objetivo, comprar los billetes para Vientiane en el Bus”Vip” de las 8 de la mañana del día siguiente. Al volver nos paramos en un bar que tenía unas grandes escaleras. Vimos pasar a la gente: siempre hay niños, también familias que se paran con sus jeeps en los chiringuitos para comprar fruta…

Ya en el centro, buscamos la oficina de correos, que por cierto no estaba donde indicaba el mapa y nos perdimos por los puestos del mercado, por el buffet libre (10000 kip), el jaleo de la gente…les gusta hacer vida en la calle (comer, cotillear, chincharse, jugar…) aunque a las 22.00 se acaba todo.

Devolvimos las bicis y nos fuimos a dar un agüita antes de salir a cenar, esta vez la “famosa pizza de la panadería sueca”. La verdad es que no estaba mala. La acompañamos de una beer Lao.

Aprovechamos también la panadería para comprar unos bollitos para el viaje de mañana.  De postre nos comimos una crêpe del chiringuito callejero, caminamos un poquito y después, a roncar.

—> No te pierdas aquí cómo fue nuestro primer día en la ciudad