En Pingyao, ciudad declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en el año 1997, que conserva casi intacto el estilo arquitectónico de las épocas de las Dinastía Ming y Qing.

El día se levantó tontorrón, con mucha tierra en suspensión, pero sin calor. Nos perdimos por las callecitas más alejadas del centro de Pingyao, ciudad patrimonio de la Unesco. Contemplamos los patios de las casas, las esquinas llenas de viejitos o niños, algún jardín escondido. Y es que siendo 1 de Mayo, el centro de la ciudad está repleto de turistas chinos.

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Intentamos subir a una de las 72 torres de acceso a la muralla de Pingyao. Queríamos caminar por ella. Pero, nos enteramos que el ticket que teníamos era válido sólo para un día, y no para dos como habíamos leído en la guía. Por suerte, gracias a la cantidad de gente y haciéndonos un poco los despistados, pudimos entrar en alguna de las casas-museos. Por ejemplo, el antiguo Tribunal y la casa del Magistrado. Una especie de Ayuntamiento donde se concentraban el Tribunal, varias oficinas administrativas, la prisión y además, los aposentos del Magistrado. Se pueden visitar varias salas, donde tenían lugar los procesos penales o civiles. Además contiene vestidos y pinturas que simbolizaban los diferentes grados de los oficiales. No es difícil imaginarse como tenían que ser duros los procesos. Sorprende ver las celdas de la prisión y los instrumentos que utilizaban para torturar a los prisioneros que no confesaban sus crímenes. ìMamma mia! Eso sí, según decían, si el detenido moría o se enfermaba el juez podía ser castigado por haber sido demasiado severo.

Después, paseando veríamos el muro de los 9 dragones, cerca del Templo de Confucio.  Tanto el número 9 como la figura del dragón son muy simbólicos en China. Representaban al Emperador y aparecen frecuentemente en otros edificios del país, destacando la Ciudad Prohibida.

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Paseando por Pingyao,  ciudad patrimonio, es curisoso ver como llamamos la atención. La gente nos mira, nos señala con el dedo y sólo algunos atrevidos se acercan para sacarse una foto con nosotros. El resto lo hace disimulando, acercándose poquito a poco. Es increible la cantidad de gente que hay en el pueblo.

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Por la tarde empezó a llover, así que descansamos un rato en el hotel, después de haber pasado por “Le Petit Resto“. Esta vez pedimos otra especialidad, una especie de canelones, pero estaban fríos y sosos, así que preferimos los noodles clásicos. Por la tarde fuimos a descubrir dónde estaba la estación, porque mañana cuando vayamos a buscar el tren queremos ir andando. Hay que salir por una de las puertas, no lejos del hotel, y pasar por calles más locales. Hay mucho ajetreo, motos, chiringuitos improvisados, pequeños centros comerciales en los bajos de los edificios, obras por las calles sin terminar y con maquinarias viejísimas. Y por fin, se llega a la pequeña estación.

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Al regresar hacia el centro, disfrutamos de la noche y de la iluminación de las casas. Había mucho ambiente, algún karaoke y muchos puestos de comida.